LA CRISOPA.
autor:
Carlos González-Amezúa.
Carlos González-Amezúa.
Si hay un insecto cuyo carácter hogareño, ligereza, bondad y sutileza en sus minúsculas y delicadas alas de encaje nos pueda recordar remotamente a las hadas buenas de los cuentos, esa es la crisopa. Solemos descubrirla por vez primera dentro de casa; en la cocina o el salón. Atraída, como tantos otros, por la extemporánea luz eléctrica de nuestros hogares, llega la crisopa a nuestras casas y se posa en una pared o en el alféizar de una ventana. Su ligereza y fragilidad son tales que sólo con tratar de cogerla le haremos un daño irreparable.
Entre los miles de seres voladores que pululan durante la noche, la crisopa es única e inconfundible. Es muy pequeña (alrededor de un centímetro), cuando se posa coloca sus alas protegiendo todo su cuerpo como si de una minúscula tienda de campaña se tratase; tiene dos diminutos ojos saltones que parecen de oro... y, sobre todo, es verde.
Sus alas de encaje son tan delicadas que resulta difícil distinguir sus nervios. Pero si tiene ocasión —y la tendrá— obsérvela con una lupa. La complejísima nerviación de las alas de la crisopa llevó al gran naturalista Linneo a crear un orden, Neurópteros, cuya traducción al castellano sería algo así como “nerviados” o “con gran cantidad de nervios”. Y no es que el resto de insectos alados no tenga nervios.
Mr. Hyde y el doctor
Nuestra crisopa tiene un homónimo que carece de toda su delicadeza. También es una crisopa, pero es fea (más bien horrible), posee unas mandíbulas espeluznantes... y lo que le hace a los pulgones es preferible no contarlo. Nos referimos a su larva. La una es hermosa, grácil y entrañable; la otra fea, voraz y esquiva. Y lo curioso es que las cualidades que hacen de la crisopa un insecto venerado por horticultores las posee por entero Mr. Hyde. Y es que la larva de la crisopa es el más voraz comedor de pulgones y otras plagas que conocemos, mayor incluso que la larva de la mariquita. Es difícil ver una larva de crisopa en acción. Se ocultan a la mirada de intrusos y hormigas —defensoras de los pulgones— recubriéndose con los restos quitinosos de sus víctimas. Algo así como si Jack el Destripador se engalanara con el hígado, el bazo o el páncreas de las pobres doncellas que tuvieron el infortunio de cruzarse en su camino. Pero aunque no las veamos, ellas continúan su labor incesante de destruir pulgones, en número acorde con su metabolismo, que en dos palabras podemos resumir como im-presionante.
Nuestra amiga se ha granjeado una buena reputación a nivel internacional. Así, en Inglaterra y Estados Unidos se la denomina “Ojos dorados”; en Centroeuropa “Alas de encaje” y “Lobo de los pulgones”. Y en China algo así como: Ligero cuerpecillo que mece la suave brisa los cálidos días del estío...
La crisopa y yo
Comenzamos a verla hacia finales de verano y principo del otoño, cuando busca un lugar agradable para pasar el invierno. Suele equivocarse y toma nuestra casa por un centro de acogida para crisopas. Eso es un halago, porque la crisopa no elige cualquier sitio para pasar los rigores invernales. Si usted es un amante de los animales y la encuentra en mitad del salón, no la devuelva amorosamente a la calle; viene, precisamente, huyendo de ella. Llévela a un lugar tranquilo y abrigado en donde pueda pasar los fríos invernales y en el cual, una vez llegada la primavera, pueda regresar al exterior. No se preocupe por su dieta; al contrario que su larva, puede pasarse sin comer mucho tiempo.
¿Qué más podemos hacer por la bondadosa crisopa? Podemos respetar sus huevos. Aunque esta medida no es para amantes de los insectos sino sólo para fanáticos. Verá. Existen muchos insectos que colocan sus huevos al final de un fino pedúnculo adherido a una hoja, una pared o una cortina. En general están perfectamente ordenados, en fila india. Pero la crisopa los deja al azar, salteados, sin colocar. Cuidar de una crisopa adulta es suficiente para garantizar 3 puestas anuales, lo que significa una buena cantidad de individuos. Y, como solemos decir a menudo en esta sección, no es necesario que haga nada bueno por el insecto; con que no lo mate, es suficiente.
Entre los miles de seres voladores que pululan durante la noche, la crisopa es única e inconfundible. Es muy pequeña (alrededor de un centímetro), cuando se posa coloca sus alas protegiendo todo su cuerpo como si de una minúscula tienda de campaña se tratase; tiene dos diminutos ojos saltones que parecen de oro... y, sobre todo, es verde.
Sus alas de encaje son tan delicadas que resulta difícil distinguir sus nervios. Pero si tiene ocasión —y la tendrá— obsérvela con una lupa. La complejísima nerviación de las alas de la crisopa llevó al gran naturalista Linneo a crear un orden, Neurópteros, cuya traducción al castellano sería algo así como “nerviados” o “con gran cantidad de nervios”. Y no es que el resto de insectos alados no tenga nervios.
Mr. Hyde y el doctor
Nuestra crisopa tiene un homónimo que carece de toda su delicadeza. También es una crisopa, pero es fea (más bien horrible), posee unas mandíbulas espeluznantes... y lo que le hace a los pulgones es preferible no contarlo. Nos referimos a su larva. La una es hermosa, grácil y entrañable; la otra fea, voraz y esquiva. Y lo curioso es que las cualidades que hacen de la crisopa un insecto venerado por horticultores las posee por entero Mr. Hyde. Y es que la larva de la crisopa es el más voraz comedor de pulgones y otras plagas que conocemos, mayor incluso que la larva de la mariquita. Es difícil ver una larva de crisopa en acción. Se ocultan a la mirada de intrusos y hormigas —defensoras de los pulgones— recubriéndose con los restos quitinosos de sus víctimas. Algo así como si Jack el Destripador se engalanara con el hígado, el bazo o el páncreas de las pobres doncellas que tuvieron el infortunio de cruzarse en su camino. Pero aunque no las veamos, ellas continúan su labor incesante de destruir pulgones, en número acorde con su metabolismo, que en dos palabras podemos resumir como im-presionante.
Nuestra amiga se ha granjeado una buena reputación a nivel internacional. Así, en Inglaterra y Estados Unidos se la denomina “Ojos dorados”; en Centroeuropa “Alas de encaje” y “Lobo de los pulgones”. Y en China algo así como: Ligero cuerpecillo que mece la suave brisa los cálidos días del estío...
La crisopa y yo
Comenzamos a verla hacia finales de verano y principo del otoño, cuando busca un lugar agradable para pasar el invierno. Suele equivocarse y toma nuestra casa por un centro de acogida para crisopas. Eso es un halago, porque la crisopa no elige cualquier sitio para pasar los rigores invernales. Si usted es un amante de los animales y la encuentra en mitad del salón, no la devuelva amorosamente a la calle; viene, precisamente, huyendo de ella. Llévela a un lugar tranquilo y abrigado en donde pueda pasar los fríos invernales y en el cual, una vez llegada la primavera, pueda regresar al exterior. No se preocupe por su dieta; al contrario que su larva, puede pasarse sin comer mucho tiempo.
¿Qué más podemos hacer por la bondadosa crisopa? Podemos respetar sus huevos. Aunque esta medida no es para amantes de los insectos sino sólo para fanáticos. Verá. Existen muchos insectos que colocan sus huevos al final de un fino pedúnculo adherido a una hoja, una pared o una cortina. En general están perfectamente ordenados, en fila india. Pero la crisopa los deja al azar, salteados, sin colocar. Cuidar de una crisopa adulta es suficiente para garantizar 3 puestas anuales, lo que significa una buena cantidad de individuos. Y, como solemos decir a menudo en esta sección, no es necesario que haga nada bueno por el insecto; con que no lo mate, es suficiente.
LA TIJERETA
autor:
Elvira Sánchez, Dra. en Biología
Elvira Sánchez, Dra. en Biología
Las tijeretas son insectos alargados, pardos o rojizos brillantes, que miden entre 1 y 1,5 cm de longitud. Tienen las alas posteriores protegidas por las anteriores que se han transformado en unos élitros duros y córneos, característica que comparten con los escarabajos.
No obstante, algunas especies han perdido la capacidad de volar. Además presentan unos apéndices en la parte posterior del abdomen en forma de pinzas que nos permiten reconocerlas rápidamente. Están incluidas dentro de un orden pequeño, con una fauna escasa en Europa, ya que, en general, aguantan mal el frío. Hay dos especies, en cambio, que soportan condiciones climáticas adversas, por lo que están ampliamente extendidas; de éstas la más conocida es la tijereta común o Forficula auricularia.
La tijereta común es un insecto muy conocido por todos, alargado, con largas antenas y alas grandes y delgadas que raramente despliegan. Tal vez sean estas alas una de las características que pasan desapercibidas en estos animales, ya que prefieren desplazarse sobre el suelo antes que utilizar la locomoción aérea. Las pinzas que tienen en la parte posterior del abdomen son curvadas en los machos y casi rectas en las hembras y las utilizan como defensa, arqueando el cuerpo y amenazando al agresor como si fuesen un escorpión, aunque no tienen ningún tipo de veneno y sólo pueden pellizcar.A pesar de ser inofensivas, la tijeretas dan miedo y son objeto de supersticiones tales como que buscan las orejas de los seres humanos para introducirse en ellas y perforar el tímpano. Nada más lejos de la realidad, aunque puede ser que algún excursionista se haya despertado de una siesta en el campo sobresaltado al sentir a una de ellas en la oreja ya que les gusta estar cobijadas mientras descansan.
Son insectos nocturnos y durante el día podemos encontrarlas en las casas, ocultas en rendijas; en el suelo, escondidas en grietas; en el jardín, bajo los tiestos y, en definitiva, en cualquier escondite oscuro.
Las tijeretas son fundamentalmente detritívoras, se alimentan de desechos orgánicos, lo que es muy útil para la formación del suelo. También forman parte de su dieta insectos vivos, hojas y pétalos tiernos.
Los insectos no suelen cuidar de sus crías pero las tijeretas son una excepción. Las hembras depositan entre 20 y 40 huevos que cuidan todo el invierno, hasta que en primavera, tras 5 ó 6 semanas de desarrollo, eclosionan. La madre cuida primero los huevos y luego las larvas hasta la segunda muda, momento en el que son capaces de defenderse por sí mismas y se emancipan, aunque con cierta frecuencia podemos observar grupos familiares.
Tras cuatro mudas, las jóvenes tijeretas se transforman en adultos, adquiriendo en otoño la madurez sexual. Tras el apareamiento y la puesta de huevos, pasan el invierno enterradas en el suelo.
Si les perdonamos de vez en cuando, que se coman algun pétalo de un capullo, nos percataremos que no sólo no son perjudiciales sino que son beneficiosas para la buena salud de nuestros jardines.
La tijereta común es un insecto muy conocido por todos, alargado, con largas antenas y alas grandes y delgadas que raramente despliegan. Tal vez sean estas alas una de las características que pasan desapercibidas en estos animales, ya que prefieren desplazarse sobre el suelo antes que utilizar la locomoción aérea. Las pinzas que tienen en la parte posterior del abdomen son curvadas en los machos y casi rectas en las hembras y las utilizan como defensa, arqueando el cuerpo y amenazando al agresor como si fuesen un escorpión, aunque no tienen ningún tipo de veneno y sólo pueden pellizcar.A pesar de ser inofensivas, la tijeretas dan miedo y son objeto de supersticiones tales como que buscan las orejas de los seres humanos para introducirse en ellas y perforar el tímpano. Nada más lejos de la realidad, aunque puede ser que algún excursionista se haya despertado de una siesta en el campo sobresaltado al sentir a una de ellas en la oreja ya que les gusta estar cobijadas mientras descansan.
Son insectos nocturnos y durante el día podemos encontrarlas en las casas, ocultas en rendijas; en el suelo, escondidas en grietas; en el jardín, bajo los tiestos y, en definitiva, en cualquier escondite oscuro.
Las tijeretas son fundamentalmente detritívoras, se alimentan de desechos orgánicos, lo que es muy útil para la formación del suelo. También forman parte de su dieta insectos vivos, hojas y pétalos tiernos.
Los insectos no suelen cuidar de sus crías pero las tijeretas son una excepción. Las hembras depositan entre 20 y 40 huevos que cuidan todo el invierno, hasta que en primavera, tras 5 ó 6 semanas de desarrollo, eclosionan. La madre cuida primero los huevos y luego las larvas hasta la segunda muda, momento en el que son capaces de defenderse por sí mismas y se emancipan, aunque con cierta frecuencia podemos observar grupos familiares.
Tras cuatro mudas, las jóvenes tijeretas se transforman en adultos, adquiriendo en otoño la madurez sexual. Tras el apareamiento y la puesta de huevos, pasan el invierno enterradas en el suelo.
Si les perdonamos de vez en cuando, que se coman algun pétalo de un capullo, nos percataremos que no sólo no son perjudiciales sino que son beneficiosas para la buena salud de nuestros jardines.
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